sábado, 13 de marzo de 2010

IV

En esos días me sentía tan solo, perdido e innecesario para la vida. Hoy se que solo hubo un motivo para seguir. Pero todo eso fue solucionado en el momento en el que llegaste a mi. Lo que fue más o menos así...

Día de tormenta. Nadie salió a cubierta. Quizá haya sido el destino, quizá mera coincidencia. Tú, yo, las heladas gotas de lluvia corriendo por nuestros rostros. Sucio, somnoliento, mal rasurado, con la mejor de mis escasas tres camisas, únicamente un sucio harapiento comparado contigo. Vestido verde turquesa, los pendientes más hermosos y caros que estos pobres ojos tornasol hayan visto, no llevabas zapatos y un brillante collar de plata (o por lo menos eso parecía para alguien que jamás tuvo algo de plata en sus manos).
Refinada, educada y arrogante, lo suficientemente perfecta para aterrorizar a cualquier caballero o en mi caso intento-de
Todos veían eso, todos, menos yo. Yo veía más allá, yo no leí tus labios, yo leí tu alma; más allá de una egolatra diva, yo vi un frágil angel; pensativa, aislada, desilusionada; como si buscara que después del último relámpago apareciera su amor.

Me acerque un poco más...

Heme ahí, a tan solo unos metros de, probablemente el ser más maravilloso de éste y cualquier otro mundo. Deseando ser la lluvia que rosa ese angelical rostro una y otra vez. Deseando ser uno de aquellos millonarios que viajaban en ese navío para poder impresionarla; o por lo menos parecer uno. Deseando ser el violento viento que hace meser tu negra cabellera. Deseando ser cualquier otra persona menos este sucio vago. Pero a la vez agradeciéndole infinitamente al universo ser éste mendigo romántico empedernido; el único afortunado que podría presenciarla en estos bellos e irrepetibles momentos.

Pensé alrededor de 15 minutos una excusa con la cual poder acercarme a ella y sacarle algunas palabras... si, era optimista al pensar que esa belleza sería tan magnánima como para brindarle por lo menos su nombre a este desgraciado.

-¿Que lo trae por aquí?- dijo.

Mi gran consternación y simultánea desesperación no me permitió darme cuenta del golpe de suerte que la vida me había dado.

-¿Señor?- menciono aclarando la garganta entre confundida y enfadada.

Supongo que yo también hubiera adoptado ese tono si viese a un andrajoso mojado mirándome de la manera en que la miré.

-Claro- repuso con alivio -Debe de estar preguntándose que hace una mujer empapada dirigiéndose a usted en medio de la tempestad de una tormenta-.

Asentí con la cabeza y una pequeña sonrisa nació de mi; en esos momentos ni mente ni razón estaban conmigo; estaba enmudecido, solo podía escuchar el estruendoso palpitar de mi corazón.

-Me llamo Ailie- agregó, extendiéndome así su mano. -Un placer compartir esta tormenta con usted-.

Con cara de espantado y distraído por ese húmedo vestido que revelaba los más recónditos secretos de ese curvi-lineo cuerpo extendí la mía, sujetando firmemente su suave y delicada mano.

Desde ahí; como ya he mencionado en repetidas ocasiones, todo daría un giro de 360º.

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