lunes, 18 de octubre de 2010

X

Me encontraba ya a diecisiete-horas de donde había dejado a mis amigos, probablemente para este entonces ya se habrían preguntado dónde estoy aunque aun más probable ya lo sabrían ya que con ellos terminé de madurar y pensábamos de igual manera. Mientras, yo que me había escabullido en el primer navío que encontré con rumbo a la capital me encontraba escondido en uno de los botes de emergencia junto a un barril de ron que estoy seguro que más de una vez me incitó a bebérmelo de un solo sorbo, pero debía mantenerme sobrio. Si, me había educado con unos salvajes y ahora sería unas diez veces más difícil de atrapar pero mi masa corporal había incrementado y con ello mis habilidades de ladronzuelo escurridizo se encontraban un poco deterioradas, era más sensato permanecer en paz.

Llegamos a nuestro destino, robe el barril, lo revendí, me escondí en un pueblo cercano y alquilé una habitación asquerosa durante un periodo completo en una posada que no recuerdo bien cuál-era-su-nombre.  Una cama, dos comidas y nadie con el valor de buscarme era más de lo que yo necesitaba. Pasó el periodo y yo seguía sin tener la menor idea de donde podría encontrar a Ailie. Varios planes pasaron por mi cabeza, todos estúpidos e ineficientes. Cosas importantes pasaron durante mi estadía en aquella posada. Volví a estar en forma, comía a diario (cosa que no hacía desde hace ya muchos años), compre o mejor dicho encontré un puñal con el cual defenderme y quizá lo más importante fue que me hice muy amigo de una joven. A lo cual no estaba muy acostumbrado. En mi vida habían existido algunas cuantas mujeres; amores de una noche, ancianas que me alimentaban, mucamas que me discriminaban, un par de enamoramientos leves pero nada comparado con “Julianne”

Julianne era la jovensita de 3 habitaciones a la derecha, más o menos de mi edad, ojos de un verde-aqua poco común dada la región, cabellos rojos como el fuego de noche, delgada muy delgada, una cintura que envidiaría mas de una doncella, de facciones divinas, manos ásperas como las de una roca, bebía mas que varios hombres que llegue a conocer y tenía uno de los temperamentos más fuertes del pueblo; era fuerte como una tormenta de alta-mar pero conmigo era la persona más dulce, considerada y que mejor me había tratado en mi vida. Se dedicaba al entretenimiento nocturno; pero no al entretenimiento carnal, si no al deleite musical. Tocaba la guitarra y cantaba como toda una diosa, trabajaba en los bares y restaurantes más selectos de éste lado de la costa, pero a pesar de su infinito talento dado su pésimo carácter en repetidas ocasiones se encontraba sin empleo. A mi me cuidaba, me aconsejaba y presentaba amigas suyas para que, según ella, dejara mi obsesión aunque a final de cuentas en una borrachera prometería que usaría sus influencias para ayudarme a conocer el paradero de mi-amor. Era una persona formidable, fuerte, decidida y perfectamente congruente en cuanto a pensamientos y acciones; pero tenía un pequeño detalle que compartíamos: el anhelo de amar.

Con ella compartí muchas cosas; lloramos juntos, me escribió una canción y yo un soneto que titulamos “Almas Gemelas”, nos aconsejábamos el uno al otro, ella criticaba mi falta de mujeres y yo la baja calidad de sus hombres, comenzábamos trifulcas en cantinas y huíamos, yo escribía y ella musicalizaba mis letras, yo corregía sus faltas en la coherencia de sus canciones, amábamos a distancia casi con la misma intensidad, organizábamos competencias de Whiskey y un par de veces estuvimos a nada de besarnos y quién-sabe-qué-más.
Después de mi salvaje y ortodoxa domesticación en prisión, podría decir que, ella fue mi salvación.
Jamás la olvidare, lo juro, éramos “Almas Gemelas”
…Julianne…
...

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